7 de febrero de 2012

El invierno o como hicimos todo lo posible por evitar lo inevitable


Todavía hace unas semanas escuchábamos en las noticias que preocupaba el estado de nuestras reservas de agua y que en breve, tendríamos que recurrir a las captaciones de emergencia para asegurar el abastecimiento de agua de nuestra ciudad y nuestros pueblos.

Pero una vez más la situación se repite. El mes de enero se despide con un temporal de frío y nieve que nos sitúa en alerta naranja por nieve y heladas extremas,  que se prolonga los primeros días de febrero, enlazando a su vez con otro frente frío que se inicia con lluvias persistentes que provocan el deshielo de la nieve acumulada y continúa con más nieve y más lluvia. 

Total, que sin cumplirse el décimo día del segundo mes del duodécimo año del segundo milenio, estamos en situación de “prealerta" en los embalses del sistema Zadorra al haberse alcanzado la cota 544,72 metros sobre el nivel del mar. Seguro que con los pronósticos previstos para los próximos días volveremos a hacer el recorrido colorido de las alertas amarilla, naranja, roja por frío, por nevadas, por desembalses, por inundaciones, etc.

Para que luego tachen de alarmistas a los que dicen que el mundo se acaba en 2012... Es cierto que el clima ha cambiado, que ya no caen las nevadas de hace veinte años y que Euskadi es cada vez más tropical, pero entonces, cuando helaba a menos veinte grados, cuando caían aquellas nevadas de cincuenta centímetros, que por efecto de las persistentes heladas nos acompañaban durante días e incluso semanas… ¿De qué color eran las alertas? El rojo del código actual se nos queda pequeño. ¿Serían  acaso alertas infrarrojas?  

Tenemos la sensación de que los acomodados ciudadanos del siglo XXI hemos perdido el contacto con nuestra realidad climatológica. Por nuestra latitud, que no es otra cosa que la distancia al trópico, estamos situados bastante al Norte y por nuestra altitud, suficientemente altos,  hasta el punto de que nuestra pluviometría es alta, el invierno es frío acompañado de nieve y de hielo, los veranos normalmente suaves con alguna excepción. Todo esto unido  a una orografía compleja, con una sucesión de montes y llanuras que en pocos kilómetros cambia y se transforma de nuevo, nos convierte en un lugar maravilloso, con un paisaje espectacular que se mantiene verde casi todo el año, que duerme durante el invierno y despierta en primavera con una nueva metamorfosis increíble en los hayedos y en los quejigales, en los campos de cereal y de girasol, en los cultivos de regadío y en los viñedos... 

Es nuestro clima el que causa todos estos cambios en nuestra naturaleza y en nuestro paisaje, el frío y el calor, las lluvias y la sequía, la intensidad de la luz de la primavera y el verano en contraste con la languidez de la luz del otoño y el invierno. Esta sucesión de acontecimientos meteorológicos consiguen que las hojas broten y lo inunden todo de verde, para luego amarillear y tapizar nuestros suelos.

Nos ocurre que vivimos tan atareados y tan estresados que no nos damos cuenta de la suerte que tenemos, apenas a unos cientos de kilómetros hacia el sur el paisaje es monótono y la variación mínima a lo largo del año, la sequía es prolongada y las lluvias suelen ser torrenciales puntualmente, no tienen nieve en las carreteras pero tienen problemas permanentes de desertización y salinización de los suelos y las aguas subterráneas.

Solamente parándonos a pensar en esto, podremos mirar al mal tiempo con buena cara, plantearnos que las nevadas y las heladas no son tan malas, incluso cumplen con su función:  limpian el ambiente y destruyen y controlan las plagas del campo y el monte, además recargan los acuíferos y llenan los pantanos. Es cierto que complican el tráfico en las carreteras y dificultan la vida diaria en nuestras ciudades, pero no es menos cierto que son inevitables y también es verdad que debemos convivir con sus efectos durante unos días y dejar de exigir que nos limpien inmediatamente las calles y las carreteras.

De hecho, lo  único que conseguimos es que nuestras administraciones sobreactuen en dos sentidos: primero, utilizando recursos de forma indiscriminada como la sal, nociva para el medio ambiente y  segundo, declarando alertas multicolor de forma innecesaria para que cuando ocurra lo inevitable, que el invierno nos ponga las calles y las carreteras patas arriba, puedan salir en las noticias explicando que se ha hecho todo lo posible por evitar lo inevitable, el INVIERNO.


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