Esta expresión se suele utilizar para referirse a la asociación de intereses entre dos grupos distintos, pero su origen se refiere a algo mucho más sencillo que ocurre todos los años por estas fechas, el momento de la maduración de las nueces y su recolección.
En muchos casos ni siquiera es necesario que se mueva el árbol, los fuertes vientos del Sur otoñales se encargan de remover las ramas y hacer caer las nueces. Según se recogen, la piel que envuelve la carne de la semilla, en el interior de la cáscara, les confiere un amargor característico. Pasados unos días al secarse, la carne se oscurece amarilleando un poco, la piel se adelgaza y el amargor de los primeros días desaparece y aflora el aromático sabor del aceite que impregna la carne de la semilla.
Este aceite es rico en Omega-3 hasta el punto de que un puñado de nueces aportan la cantidad diaria recomendada para prevenir la hipercolesterolemia, en mayor proporción incluso que los pescados azules.
Las nueces son nutritivas y ricas en fibra contienen vitaminas y minerales y dicen que son buenas para la memoria. Esto último desconocemos si está científicamente demostrado o tiene que ver con la similitud de la carne de la nuez con el cerebro humano, pero lo cierto es que si previene el colesterol, mantiene nuestras arterias y venas del cerebro limpias y despejadas, y permitirán una mejor irrigación sanguínea de nuestras neuronas.
En definitiva, son deliciosas y saludables y merece la pena esforzarse en recogerlas y en conservarlas para poder disfrutarlas durante todo el año.