31 de enero de 2013

Crónica de unas inundaciones anunciadas


Tal y como pronosticaban las previsiones llegaron las intensas lluvias, hasta tal punto que lloviendo sobre mojado y con las fincas y el monte a la capacidad de campo, toda la precipitación caída se concentraba en las acequias y los ríos.

Los embalses del sistema Zadorra ya estaban cerca de su capacidad máxima. Con este panorama de lluvias intensas no quedaba otra opción que desembalsar agua.

Se concatenaron los acontecimientos, coincidió la máxima precipitación con la apertura de las compuertas del embalse y los ríos no aguantaron tanto caudal.
El Errekaleor, el Santo Tomás y el Zadorra entre otros se desbordaron en varios puntos, provocando inundaciones de fincas agrícolas y de casas y de pabellones.

Cualquiera con unos mínimos conocimientos de geología conoce que nuestros suelos, en una gran parte de la Llanada Alavesa son de origen aluvial, es decir, su fertilidad y su profundidad son el fruto de los sedimentos acumulados por los ríos durante miles y miles de años, inundación tras inundación.

Sólo hace falta fijarse, cuando los campos están arados, en la pigmentación marrón oscura de la tierra en los puntos más bajos de la llanura, pigmentación que se torna en color marrón claro casi blanquecino, en los cerros y las colinas.
Nuestra tierra más fértil es el lodo depositado por los ríos y su desbordamiento a lo largo de los siglos. Por eso, resulta curioso observar la impotencia y la fragilidad de los humanos y sus obras frente a la contundencia y la fuerza de la naturaleza.

Suelen decir que cada cierto tiempo el río regresa con sus escrituras a reclamar sus propiedades, es una forma de referirse a las inundaciones y sus efectos.
Los humanos vivimos cerca de los ríos, nos proporcionan agua para beber y para regar nuestros campos, energía para nuestros molinos y como en la ribera del Nilo en Egipto o en la del Ebro o el Zadorra en estas latitudes, los ríos alimentan sus riberas depositando lodo fértil.

Nuestras vidas son un suspiro en comparación con la edad de nuestro planeta, por eso lo medimos todo a escala humana y se nos escapan datos importantes sobre el origen de nuestro entorno natural.

Los cálculos actuales para la determinación de zonas inundables se hacen para un periodo de retorno de 500 años, si consideramos que cada treinta años se incorpora una nueva generación de personas, tendríamos que recurrir a la memoria y los recuerdos de todos nuestros antepasados de 16 generaciones anteriores a la nuestra, para conocer las dimensiones y el poder destructivo de la inundación más grande que haya tenido lugar en nuestro entorno.

Seguro que comparado con aquella gran inundación, la de hace dos semanas solo fue una anécdota sin importancia.



Al amanecer, el nivel del agua bajó y pudimos ver el resultado de la crecida: barro, cultivos arrasados…